miércoles, 10 de noviembre de 2010


1928


El colectivo: En la década del 20 del siglo pasado, la población de Buenos Aires empezaba a crecer rápidamente, el constante revuelo y la consternación por conseguir transporte comenzaba a ser uno de los inconvenientes que se debía sortear en la naciente urbe. El transporte no se encontraba en condiciones de cubrir las nuevas necesidades de la ciudad y de un mercado en expansión.


Como consecuencia, enormes extensiones de la ciudad se encontraban aisladas y lejos de cualquier posibilidad de trasladarse con cierta rapidez. En ese entonces, el transporte era brindado por tranvías y subtes, ambos de propiedad inglesa, y por algunos ómnibus y taxis.


Precisamente el servicio de taxis (coches con taxímetros), precursores del "auto-colectivo" o “taxi-colectivo”, carecía de pasajeros ya que casi nadie podía pagarlo por su alto costo y el negocio se iba perjudicando. Los taxistas comenzaron a transitar en fila india por las arterías céntricas con la banderita levantada para conseguir pasajeros, pero sin ninguna suerte (de allí surgió la palabra “yirar” como expresión de dar vueltas y vueltas sin resultados positivos).


El 24 de septiembre de 1928 se puso en práctica por primera vez. Los taxis estaban detenidos en esa esquina de Carrasco y Rivadavia y sus conductores fuera de los vehículos ofreciendo a los gritos un viaje hasta Caballito por veinte centavos, la quinta parte de lo que hubiese costado en un taxi hasta ese día. Hasta Flores, sólo diez centavos. Los transeúntes no entendían nada. Hasta que subió uno. Y luego otro. Y otro.


En total, cuatro en la parte de atrás, ampliada con trasportines (asientos plegables adicionales) y otro pasajero junto al conductor. A las ocho y media de la mañana del 24 de septiembre de 1928 partía con rumbo a Primera Junta el primer colectivo de la historia del país y del mundo.


Esa modalidad que nació como fruto del apriete, de la malaria, no había sido probado nunca en ningún lugar del planeta. Lo que siguió no fue fácil en ningún frente: en el empresario, la Compañía Anglo Argentina, dueña de los tranvías, intentó por todos los medios acabar con el transporte recién nacido acusándolo de competencia desleal; en el cotidiano, ya por entonces había pasajeros que se pasaban de listos y de sección para pagar menos el viaje.


Los primeros tranvías aparecieron con la electrificación de los servicios y correspondió a la Compañía Anglo Argentina la iniciativa, que echó a rodar la línea 2 el 30 de julio de 1902. Esta es la línea numerada más antigua de la ciudad. En la medida que se inauguraban nuevos servicios iban apareciendo más números de línea.


Pero la inventiva de los flamantes colectiveros detuvo el fraude de entrecasa: uno de ellos hacía una marca con tiza en el pantalón del pasajero pan saber adónde había subido y hacerle abonar lo justo en su punto de descenso ya que era entonces cuando se pagaba. También le pasaban un cepillo para ropa por la marca, eso si. Muy poco después, el 12 de octubre, día de la asunción de Irigoyen, se inauguraba la segunda línea de taxis-colectivos. La primera fue bautizada, claro está, como la N° 1; esta segunda ya no está tan claro, como la N° 8. Iba también por Rivadavia pero llegaba hasta Plaza de Mayo.


El “taxi-colectivo” era un simple vehículo convencional con una capacidad para 7 personas. Luego irían expandiéndolo paulatinamente, el colectivo será el resultado del uso del automóvil carrozado sobre el chasis de camión adaptado -con pequeñas mejoras- con el fin de aumentar la capacidad de pasajeros. Es por ello que conserva su característica trompa, a diferencia de los ómnibus con su parte frontal achatada.


Al competir en la misma calle hubo malestar, encontronazos, peleas y se dice que hasta algún tiro al aire, pero finalmente decidieron fusionarse y formar una sola línea que terminó siendo muy exitosa. El colectivo afrontó inconvenientes de todo tipo, ofensivas de los tranvías, impuestos especiales, incluso expropiaciones. Pero ganó las batallas y terminó ganando la guerra. El invento pasó a Uruguay, Paraguay, Brasil y, poco a poco, a muchas otras ciudades del mundo.


El vehículo creció, fue pintado con alegres colores que servían para identificarlo, inscribió en sus costados el nombre de la empresa, llevó indicaciones y leyendas fileteadas finamente y hasta dejó que le colgaran el consabido zapatito del nene del espejito retrovisor. Cada uno de sus inventores fue dando un pasito más atrás y más allá, adonde siempre hay lugar, pero dejándonos su creatividad de recuerdo. Y el colectivo, ahí anda. Literalmente hablando.




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